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Del lucro y las redes sociales académicas

¿Hay espacios para la autogestión en la academia contemporánea?

Publicado: 2019-09-10


Por Alejandro Prieto Mendoza

En la academia contemporánea, los modos de producción y circulación del conocimiento científico se articulan y son parte de un capital sustentado a través de métricas, prestigio, rankings, y una serie de engranajes de mercado. El conocimiento resulta un bien de consumo, cuya demanda alimenta la investigación que soporta a los investigadores. Alimentar sin cesar este mercado de conocimientos es un significado añadido al actual imperativo universitario de “publicar o morir”.

En términos de propiedad intelectual, el investigador cede (en realidad, pierde) la propiedad del objeto de consumo en el momento de publicarlo. El sistema de publicación internacional no prevé ningún retorno efectivo para los investigadores, más bien contempla sus derechos como trabajo ya remunerado en el sueldo pagado por la universidad y/o algún otro “incentivo económico” (el lenguaje siempre perverso). Así, “propiedad intelectual” termina siendo un rótulo simbólico en un sistema basado en el prestigio [1].

Sumemos, además, que los gestores bibliográficos y las revistas, Elsevier y Clarivate, entre los mayores de su tipo, lucran con la difusión del artículo de investigación –el bien de consumo intelectual-, lo que limita el acceso a quien pueda pagarlo; acceso requerido para mantener el sistema de producción funcionando. En pocas palabras, la fórmula es relativamente sencilla: no les pagan por sus productos, pero deben pagar por los insumos (artículos en ambos casos), mientras que Elsevier, por ejemplo, obtuvo £900 millones solo el 2017.

A esta situación, hay que sumar además que a nivel internacional crece la precarización del contrato docente (o flexibilización, como la quieran llamar), la sobreexigencia laboral es el pan de cada día, los problemas de salud mental se resuelven bajo la mesa, y el fantasma de la sindicalización espanta no por su condición de fantasma, sino por su capacidad de renacimiento [2]. Considerando todo esto, no debería extrañarnos que la comunidad científica internacional venga denunciando tal escenario y proponiendo modelos alternativos. Invito a conocer la iniciativa The Cost of Knowledge.


Redes sociales para investigadores: ¿no hay academia fuera del lucro?

Entre las denuncias, no solo los gestores bibliográficos son blanco de ataque, las redes sociales para investigadores: Academia.edu, ResearchGate y Mendeley, entre otras, también reciben serias críticas. En principio, estas redes sociales son una alternativa de “autogestión” de la difusión académica y cuentan con millones de “académicos” a lo largo del globo. Resalto entre “comillas” autogestión en tanto venden la ilusión de controlar la administración y circulación del producto intelectual, pero a costa del lucro, y “académicos” porque basta con solo registrarse para utilizar la plataforma – lo que no es filtro suficiente.

Hablemos de números: Academia.edu cuenta con 95 millones de “académicos”; ResearcheGate, 15 millones; y Mendeley 4.6 millones. Estos canales permiten a los investigadores tener cierto control de la difusión de su trabajo y en un entorno en el que hacer visible su producción es un imperativo, este canal resulta mucho más rápido que el registro en las bases de datos universitarias o de gestión bibliográfica. Sin embargo, estas redes sociales no garantizan el control de calidad de lo compartido; no hay revisión alguna de los trabajos subidos, por ejemplo. De ahí que estas redes no tengan la reputación que los medios tradicionales tienen.

Sigamos hablando de números, según esta columna de opinión en Times Higher Education, las ganancias de Academia.edu ascienden a $17.7 millones; las de ResearchGate, $35 millones; y, aunque no se otorga una cifra exacta para Mendeley, este gestor bibliográfico fue comprado el 2013 por Elsevier en £65 millones. Como me preguntaba líneas arriba, pareciera que la respuesta es idéntica a la pregunta: “no hay academia fuera del lucro”.

El fracaso de ScholarlyHub. La autogestión ¿sin horizonte?

Hace un año, cuando escribí la primera versión de esta nota, conocí la iniciativa ScholarlyHub, una red social autogestionada por investigadores, sin fines de lucro y de acceso abierto total. El objetivo era conseguir apoyo entre universidades que pudiesen respaldar dicha iniciativa, recaudar donaciones en medida de lo posible (al estilo Wikipedia), y otros vaivenes propios de remar contra la corriente.

Sin embargo, el cinco de septiembre del 2019, tras dos años de tocar puertas, ScholarlyHub ha comunicado oficialmente que fallaron. Alegan que el problema recayó más en estrategias que en visión y apoyo. Se despiden de la siguiente manera:

“We are grateful for your support and for allowing ScholarlyHub to become an important voice in discussing the future of shared infrastructures and pointing out what is currently undermining them, including a dangerous addiction on scholars’ part to prestige and facile metrics for gauging the quality and importance of science.”
“Estamos agradecidos por todo su apoyo y por permitir que ScholarlyHub se convierta en una voz importante en la discusión sobre el futuro de infraestructuras compartidas y en resaltar lo que actualmente las está socavando; entre otras cosas, la peligrosa adicción por parte de los académicos al prestigio y las métricas fáciles de medir la calidad e importancia de la ciencia”.

El fracaso de ScholarlyHub es sin duda alguna un golpe para la autogestión de la investigación y la lucha contra el lucro contemporáneo en la academia; sin embargo, como resaltan en su comunicado de despedida, otras alternativas autogestionadas siguen en pie y con vitalidad: Sci-Hub, Libgen, en cierta medida arXiv.org, el modelo de universidad como cooperativa, alternativas que iré desarrollando en notas posteriores. ¿Encontraremos alguna solución?

[1] El prestigio en la academia contemporánea amerita una nota aparte.

[2] Iré publicando más notas sobre los temas acá tratados.

• Una versión previa de esta nota fue publicada en Novedades Académicas.


Escrito por

Universidad Siglo XXI

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